Viernes, diciembre 17, 2010 Comentar
Empezaré diciendo que, tanto Berlanga como Vega, Vega como Berlanga, me gustan. Tengo (casi) todos sus discos y los he escuchado mucho, o muchísimo. Lo que, a continuación, se puede leer, parte de ahí, de mi admiración por ambos.
Aunque existen curiosidades entre los dos, como el haber trabajado junto a dos “Nachos” al principio de sus carreras, quizás sus mejores tiempos, desde el punto de vista de “estilo” poco tienen que ver y, seguramente, en una época, en esa primera, estuvieron, aunque contemporáneos y en la misma ciudad, en mundos diferentes.
Yo diría que esos mundos fueron acercándose con el correr de los años, pero creo que es bastante notable que, a pesar de todo, a pesar incluso de ese último vínculo común de una muerte esperada y joven, entre Carlos y Antonio cabía un mundo, o dos.
Ahora, al recordarlos, al rendirles el homenaje que justamente merecen han coincidido, quizás, por primera vez. Ambos reciben el cariño y el reconocimiento de los de su gremio en forma de disco de versiones, su tributo (sé que en la realización de estos discos puede que también existan otros intereses, pero paso).
Esta feliz coincidencia es la excusa para hablar de ¡esos chicos!, expresión que utilizaba Antonio para dirigirse al público que acudía a sus conciertos. Y de las canciones de esos chicos. Y de los problemas a los que se enfrenta el que tenga que hacer una versión de un tema de esos chicos.
Pero, al grano, yo creo que no es lo mismo hacer una versión de Vega que de Berlanga, porque hay diferencias que hacen esa labor más difícil en un caso que en otro. Expondremos aquí tales diferencias.
Una versión, ¿tiene que dejar reconocer la canción original?, ¿debe, basándose en la melodía original, dejar claro el estilo del nuevo artista?, ¿tiene que ser un ejercicio libre que desarrolle una nueva canción de la que solo permanezca la letra original? Como en casi todo, tampoco en esto de hacer versiones hay regla fija, y si uno cree que dicha regla existe, también habrá excepciones. Pero aclaro, no es cuestión de hacer un tratado, sino de dar una opinión, la mía. Nada más. Para ello, comienzo por otros dos, muy grandes, y también contemporáneos entre sí. Como ejemplo. Bob Dylan no me parece nada fácil de versionar. Sin embargo, The Beatles se dejan versionar con agrado.
Pero volvamos a nuestra pareja. Antonio Vega tuvo ya un disco de versiones en vida. En el año 1993, el siglo pasado, no sé si movido por la admiración, por mercantilismo del malo, por un sentimiento de caridad dirigida a alguien que, quizás ya entonces estaba en el negro pozo de una adicción de la que no quería salir y andaba por ahí empeñando sus guitarras para pillar, o por un mix de todo eso, a alguien se le ocurrió pedir a algunos artistas de la época que interpretaran sus canciones. Se publicaron en un doble long play dedicado a “ese chico triste y solitario”.
De Carlos Berlanga, este, póstumo, es el primer disco de versiones que se publica. Para mi gusto, digámoslo así, hacer versiones de Berlanga es más favorecedor que hacerlas de Vega. Y, posiblemente, por razones parecidas a las que hay entre Beatles y Dylan.
Berlanga era un mago del pop instantáneo, de la canción pretendida y falsamente banal. Canciones con una gracia y un encanto dignos de la mejor escena de Almodovar. De Perlas Ensangrentadas, “La interrogué en el camerino sobre la muerte de Renée, me contestó con evasivas: no sé, no sé, no sé, no sé”. En resumen, un chico capaz de conseguir dar en la diana del pop, un chico que gusta a todo el mundo, un chico adorable. Como The Beatles.
Vega también practicaba la magia, pero la suya es de las que necesitan penumbra para que la ilusión consiga sacar el conejo de la chistera. Un conejo enorme, eso sí. De Chica de Ayer, “Un día cualquiera, no sabes qué hora es, te acuestas a mi lado sin saber porqué. Las calles mojadas te han visto crecer y tú, en tu corazón, estás llorando otra vez”. Un chico que sabe llegar al corazón de la personas y conquistarlo para siempre, pero que además canta de una manera muy personal, con unos giros, unos fraseos y unos acentos que lo hacen especial, diferente. Como Dylan.
Mientras Berlanga podría representar una escena con glam, muchos le llamaron dandy, llena de “lo peor” y de “lo último”, y sus canciones están repletas de ocurrencias y aciertos que consigue hacer clásicos, definiendo así el estándar del pop, Vega contenía la rabia y lo oscuro del alma en las suyas, enganchando a sus seguidores, a sus fieles, que tiene por millares, aunque nunca representó a ningún clan o tribu.
Mientras Carlos siguió haciendo buenísimas canciones después de Dinarama, la producción esencial de Antonio se hizo con Nacha Pop, más su primero en solitario, de 1.991.
Mientras que Carlos era un intérprete limitado, el escenario le acobardaba y apenas se prodigó en solitario, si es que alguna vez lo hizo, Antonio, continuó gozando del favor del público hasta el final, bastantes años en los que aportó poco, pero que, cuando podía dejarse ver, cuando estaba lo suficientemente bien como para salir con su guitarra, con aquél groove y aquél inmenso don que tenía para cantar, te arrebataba.
Supongo que todos hacemos lo mismo. Cuando escuchamos una versión, la comparamos con la original. Ahora les propongo un ejercicio para finalizar esta exposición. Escribiremos a continuación unos cuantos títulos de Vega y de Berlanga y ustedes tratan de recordarlas y cantarlas mentalmente.
Vega: Antes de que salga el sol, Una décima de segundo, Atrás, Magia y precisión, Lucha de gigantes, Esperando nada.
Berlanga: Vacaciones, El hospital, A quién le importa, Otra dimensión, Si no es por ti, El ángel exterminador.
No se trata de elegir lo que más nos guste porque eso, además, depende del momento. Sino de, llegado el caso de tener que cantar una canción de esos chicos, de hacer una versión de un tema de esos chicos, optar por aquél que, por lo menos, no nos haga quedar en ridículo.
Yo lo tengo claro. De Antonio NO haría una versión. ¿Y ustedes?
Jr.