Viernes, enero 1, 2010 Comentar
El invierno de 1529 fue especialmente frío y lluvioso en Zaragoza. En lo que hoy es el centro de la ciudad se alzaba la Iglesia de San Miguel, y ahí permanece, frente a un bosque de vegetación que lo cubría todo hasta la cercana confluencia de los ríos Huerva y Ebro. En esa época, la gente sencilla se ganaba el jornal en las orillas del río Huerva trabajando de sol a sol, y a menudo quedaba a merced de la lluvia, las crecidas y las densas nieblas a la caída de la tarde. Aquel año, un pastor encontró los cadáveres de dos mujeres cerca de la orilla. Entonces, los clérigos de San Miguel decidieron colocar una gran lámpara en lo alto del campanario que hiciera de faro. Una tarde de perros, un cierzo la arrancó de cuajo y varias personas perecieron ahogadas tras haberse perdido en la niebla, por la crecida del río.
Ante semejante desastre, la ciudad resolvió pedir al Jurado en Cap (Ayuntamiento) que una de las campanas de la torre tañera dos veces por hora desde el crepúsculo hasta la media noche. Y así se ha venido haciendo, salvo algunos años de ausencia durante los famosos sitios de Zaragoza, hasta hoy en día, que suena cada hora y sigue llamándose la Campana de los Perdidos.
Con el aliento de esta historia, un grupo de universitarios con inquietudes y ganas de reunirse fundó una asociación de amigos, y encontraron un lugar para hacerlo en lo que había sido un almacén de plátanos. Lo llamaron La Campana de los Perdidos. Tras hacerlo habitable y respetando las bóvedas de ladrillo y el aire medieval, abrió sus puertas al público un 5 de octubre de 1989. La necesidad de reunirse y a la vez reunir a la gente cómplice para compartir buena música entre trago y trago, fue tal, que a partir de 1996 se empieza a organizar conciertos de forma continuada, aunque ya desde su inauguración los había hecho de manera esporádica.
El local dispone de dos plantas. Una da a la calle. Tiene barra, oficio de bar con sus mesas y un enorme portón. La otra es un sótano abovedado, con una barra cuadrada, un pequeño escenario con lo justo y mucha madera. Dispone de varias estancias separadas por arcos, y una red de monitores reparten la música por todas ellas. El sonido es impecable, más por la pericia de Rodo, el técnico, programador,DJ, jefe de barra, cocinero y alma, junto con su mujer, Elena, de ese local, que por los aparatos de que dispone.
La actividad es frenética. Los miércoles se proyectan cortos, presentación de artistas noveles y cosas raras. Los jueves, viernes y ábados música en vivo, canción de autor o grupos. Los domingos hay matinales con sesiones infantiles, cuentos, poesía, magia, marionetas y tapeo para los padres. Y por las tardes más música, o Jazz, o farándula en general. La entrada es libre, aunque si perteneces a la asociación aparte de todo esto puedes participar en actividades tan interesantes como las cenas dela hermandad gastronómica, y un descuento en los espectáculos.
En definitiva, se trata de un club en toda regla, de esos que habría que conservar. En él se da cita un público respetuoso que sabe escuchar, escritores, bohemios y otras hierbas, amantes de la noche y los perdidos, atrapados en la niebla que se orientan gracias al faro acústico de la campana.
C/ Prudencio, 7 Zaragoza